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“Nombre de Pluma o apodo.” Provocación a la reflexión sobre la Delgada línea entre el apodo auto-impuesto y el originado en el Bullying.
6 May, 2022
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Autor.- Alfonzo Torrega. (Nombre de pluma de Lic. Tomás Alfonso Regalado Núñez).

 

El nombre de pluma o “nom de plume” entendido como el seudónimo (nombre artístico bajo las leyes de derecho de autor) bajo el cual un autor o autora suscribe sus documentos viene a colación después del descubrimiento que tuve respecto al autor Mark Twain cuyo nombre real era Samuel L. Clemens, quien adquiriría dicho nombre de pluma bajo dos razones posibles; la primera respecto a su experiencia en los bares de su época, en los cuales el mesero de barra poseía un pizarrón en el cual con una tiza marcaba los tragos de cada asiduo bebedor, y por cortesía iniciaba los cobros hasta el segundo trago, esto es, hasta la segunda marca (II) o en el idioma inglés “mark twain”; y la segunda posible razón derivada de su experiencia como capitán de barco de vapor (steamboat) que recorría el río Mississipi , y debido a la constante modificación del cauce del Río, por seguridad existía un auxiliar que se encargaba de observar las marcas laterales en el barco de vapor que situaban la profundidad en la que se navegaba, y como medida de alerta se le obligaba en caso que el barco se posicionara en la segunda marca o en el inglés “mark twain”, a gritar (así lo imagino) “maaaaark twaaaaaain” como alerta al capitán para modificar su ruta evitando así el encallar en su navegación.  

 

El anterior descubrimiento proviene de la lectura del libro “A coffee with Mark Twain” del autor Fred Kabala, en el que simulando una conversación de cafetería con el autor en mención, se derivan temas desde la perspectiva de vida del escritor (de gran recomendación para quienes gustan de la experiencia de compartir y filosofar en compañía de un café y un libro).

 

Hasta aquí todo es funcional, y evoca siempre a un deseo genuino de un autor de adoptar para si un apodo para suscribir su obra; en ocasiones por admiración, para evitar la crítica o persecución, o por simple objeto mercadotécnico con el ideal vender unos cuantos libros de más. 

 

Y corriendo la vista bajo las líneas que inspiraron el presente, encontraba la cuestión ¿Qué sucede en aquellas personas que les ha sido impuesto un apodo o por llamarlo de forma menos hiriente, un nombre de pluma en su vida diaria? Si bien, no bajo el argumento de ser asiduos a la escritura, sino por el hecho de ser identificados y relacionados regularmente bajo detalles regularmente vinculados con defectos, ya sea físicos, ideológicos, o con acontecimientos de poco agrado del bautizado y en honrosas excepciones derivado de un halago o adaptación diminutiva del nombre de pila (Diría nuestro artículo 1 constitucional mexicano, bajo categorías sospechosas como género, raza, origen étnico, preferencias sexuales o cualquier otro que vaya en contra de derechos humanos).

Encontramos con esto, bajo el escrutinio de categorías sospechosas, apodos de lo más variados como – el sombra, gordo, flaco, garrocha, pechu, cholo, negro, cuatro ojos, enano, guerrero, loco, rata, ateo, choco-flan (que tanta polémica generó en nuestro país por tratarse de un niño de las altas clases políticas), etc. Apodos que usualmente encuentran dos formas de perpetuarse en la historia: la primera y en beneficio del apodado, los que no llegan a los oídos del nombrado; y la segunda forma aquella que recae constantemente en el apodado, y le continua en distintas etapas de su vida, al punto tal que la gente le reconozca por su apodo y olvide su nombre con el que fue registrado, asignándole forzadamente así su “Nom de plume”.

 

En este sentido, dado que gran número de los apodos encuentran su adopción durante la etapa temprana de vida, esto es, en niños y adolescentes, habría que encontrar los instrumentos legales implementados en la actualidad por la sociedad mexicana para evitarles (o al menos exigir que paren los apodos). Por ejemplo, en México esta la Ley General de los Derechos de los Niños, Niñas y adolescentes (LGDNNA) y el tratado adoptado en materia de derechos humanos la Convención de los Derechos de los Niños. Es así que se busca defender el derecho a la identidad, la reputación,  no discriminación, protección ante el abuso físico o mental. 

 

Debiéramos reflexionar sobre cada apodo al que hemos contribuido y normalizado, cuánto daño hemos generado sin intención (en el mejor de los casos) o mal intencionados (peor de los casos). Impedir que la etapa adulta justifique su uso bajo la fácil excusa “pues así le dicen”, como si nosotros no fuéramos unos eternizadores del apodo indebido.

Es más, podríamos, cada que recitemos un apodo, imaginar que tenemos de frente al apodado, y cuestionarnos si aún así lo haríamos en voz alta; y si aún así nos animamos a recitar tal apodo, habrá que generar un análisis más profundo sobre nuestra naturaleza hiriente; porque si fuera tan gustoso el apodo recibido, habríamos de registrar como nombre artístico, por el miedo a qué otro le usara e intentara suplantarnos. Pero si el apodo no es tan fino y virtuoso como para querer registrarle como un derecho de autor, más vale que nos olvidemos de esos nombres de pluma que hemos impuesto a más de uno a lo largo de nuestra vida.

 

Y así , con la finalidad de sumarme a un cúmulo de autores , he encontrado el nombre de pluma para mi trabajo como autor, con un afán de reducir cualquier atajo indebido al ego (ego-reductor), Alfonzo Torrega; y si cuestionamos la explicación del ¿por qué? La respuesta a dicha cuestión la dejaré a la historia. Y con gratitud a la vida por haberme dejado intacto a los apodos malévolos e hirientes, permitiéndome a estas alturas de mi vida , elegir mi “nom de plume”.

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