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LOS PEORES VECINOS DEL MUNDO
23 noviembre, 2023
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Reflexiones sobre la vida en condominio y en comunidad organizada.

Por Alfonzo Torrega.

 

El presente titular obedece a un homenaje a la obra literaria de la autora tapatía Vonne Lara que lleva por nombre “Los peores vecinos del mundo”. Lo que me lleva a obligadamente entre cada línea y cada capítulo entrelazar la experiencia narrada de la vida entre vecinos por la autora y lo que las leyes condominales disponen forzadamente para la vida en comunidad. 

 

Desde que tengo uso de memoria se ha trastornado la terminología jurídica para denominar a un Condominio, la más burda de ellas es pensar que se vive en un “coto”  (que posiblemente fue acuñado sobre la acción de “acotar” que es fijar límites por uno o por todos los lados de modo que no se puede salir del espacio resultante). Pero también se ha utilizado términos como vecindad, vecindario, fraccionamiento, y muchas más. Las diferencias radican en que para los abogados un término es correcto (condominio) y los demás son un eufemismo de la incómoda vida en comunidad. Pero bueno, pensemos estas ideas en que hablamos de un Condominio. 

 

Durante mi asistencia y asesoría a una gran cantidad de condominios resulta en un símil de cualquier telenovela de alguna cadena nacional, en la que todos los condominios tienen diferentes telenovelas pero cada una de ellas con diferentes actores que cumplen el papel de los mismos personajes (algo así como lo que la autora del libro mencionado líneas atrás nos transmite de forma literaria y agradable). Las reglas son claras, o aparentan serlo. Hay reglas, hay sanciones por incumplir aquellas. Además lo más interesante es que los condóminos se vuelven víctimas de sus propias decisiones.

Lo que inicialmente se eligió por temas de plusvalía, de ubicación, de acceso a diversas amenidades, se vuelven en la peor pesadilla. Entre más áreas comunes gozan (espacios en los que se pretende vivir en comunidad), más probabilidades de tener fricciones tienen. Porque la mayor de las reflexiones invocan al “sentido común”, que he de considerar de paso es el menos común de los sentidos. Lo que para uno es frío para el otro es caliente, lo que para uno es normal para otro es inadmisible, etc. 

 

El dinero también se vuelve parte de las grandes batallas condominales. Las cuotas de mantenimiento, aquellas que imprimen un impuesto privado adicional a la vivienda comunitaria, es un verdadero dolor de cabeza. Los reglamentos claramente difunden el sentimiento de equidad tributaria, algunos citan que según la cantidad de metros cuadrados que poseas, es la cantidad de cuota a pagar; otros disponen un trato igualitario a razón de un visible objetivo del desarrollador inmobiliario que era tener el mismo modelo de vivienda para todos. Algo así como el comunismo capitalista. Todos iguales pero separados.

Y de vez en vez, matizando las unidades privativas, con detalles que vuelven y distinguen a unos de otros (un estacionamiento adicional, una terraza, un espacio adicional para visitas, etc). 

 

¿Quién no ha desarrollado entonces en sus pensamientos una referencia al otro para considerar que tiene al peor vecino del mundo? En recientes ocasiones una causa que origina esta mención es el olor a marihuana que ha emprendido el amante lúdico de dicha sustancia. Los vaivenes legales han permitido el consumo, y la resistencia comunitaria se ve envuelta en un moralismo y encomiendas a sus administradores para controlar lo privado.

Ya ha ocurrido en ocasiones, controlar la vida privada de las personas es la mejor forma de garantizar que la vida en comunidad sea más amena. Pero controlar la cantidad de alcohol, marihuana, decibeles de música, de mascotas, de trabajadores del hogar, y un sin fin de catálogos adicionales, es tarea descomunal de un administrador condominio (si bien los recursos de las cuotas de mantenimiento dan para ese lujo, o si culminan siendo los propios condóminos quienes se auto-administren a cambio de ningún incentivo económico). La razonabilidad de las medidas de control condominal se distinguen según las personalidades de quienes “gobiernan” (administran).

Quienes estén dispuestos a regalar un trozo de su vida a “controlar” la vida de sus vecinos se envuelven en trágica encomienda. Tener el valor de exhibir, pública o virtualmente, a un vecino tiene sus consecuencias. En ocasiones si bien les va, empujan a sus propietarios a vender y a buscarse otra comunidad que los comprenda, en el peor de los escenarios desencadenan odio y resentimientos (aquí la importancia de la mediación vecinal). 

 

Asumimos entonces que una fórmula para la sana convivencia es el auto-control, las reflexiones comunitarias, para entender el catálogo de los buenos o malos vecinos y actuar en consecuencia. La comunicación sin duda es clave en la negociación vecinal y el buen trato al comunicar de igual manera. Probablemente un buen acuerdo con tu mal vecino sea, que a su costa, se encarguen tapones para los oídos para todos los vecinos para continuar con sus fiestas hasta el amanecer, y entonces el cambio sea del receptor de realidades y perspectivas y no del aparente generador de mal clima vecinal.

 

Por eso antes de vivir en condominio reflexiona, pregunta y cuestiona qué tipo de vecinos se tienen, pide en el mejor de los casos que te permitan vivir un día en ese condominio antes de rentar, probablemente desde ahí puedas medir el nivel de maldad o bondad de tus vecinos y te evites malos ratos o posibles conflictos.  

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